viernes, febrero 10, 2006

Un sentido pájaro

Con las manos sobre sus piernas, arrodillada en el piso, sola, luego de ahondar un momento en su resignación, levantó la vista y observó la ciudad con un aire examinador con el que jamás la había mirado. Dudó. Dudó acerca de si se trataba de la misma ciudad, o era ella misma quien había cambiado tanto. Volvió bruscamente la cabeza hacia la puerta en tanto un pájaro que nunca vio se posaba en su balcón. ¿Alguien había llamado o era su permanente agitación mental que se presentaba ahora en la forma del sonido de una llamada? Ignoró el llamado de la puerta o la señal de su mente y en un nuevo movimiento brusco dirigió nuevamente su mirada a la ciudad. El pájaro ya no estaba, y algo se veía distinto. Tal vez había presentido la presencia del animal, tal vez éste había estado allí desde el principio y ella notaba ahora su ausencia en la forma de una percepción bizarra, tal vez había oído su aleteo inconscientemente, tal vez un fugaz halo en el espacio dejó ver en retrospectiva la presencia del animal. Un sentido aun no clasificado.

Oh, dormida!


La cantidad de tiempo empleado en la alimenta-ción de un mundo interno. La aparente pasividad en ello. La dificultad de abrirlo al mundo exterior. El escozor que recorre el cuerpo frente a los procesos grupales. La disrupción que produce la sola aproximación de alguien, ni siquiera desconocido. Los pasos que se acercan y la aparición. La desazón, la soledad. La sonrisa innecesaria, los comentarios banales frente a un mundo más banal, frente a la densidad del mundo. La escasez de gente en mi vida. El aferramiento desesperado y loco a la primera que aparece, como quien habita normalmente una isla desierta. La dependencia. Y la familia, el maldito peso y determinación de la familia, que se ven aun en estas palabras.
La inspiración, los raptos, los raptores. La falta de continuidad de las ideas.
Y la hoja de papel que se termina, molestando la concentración en el relato. La dispersión fácil. El sueño de poder soñar sin límites en un colchón infinito. Y la libertad, y el apresamiento y la asfixia y la alergia. El apremio, el arrobamiento, la ansiedad, la necesidad de expresar el sentimiento, el miedo. El dolor, ah, el dolor! Me recuerda que he estado dormida. Quizá en un sueño sobre colchón infinito...

Dejo de nostalgias




La cara de David Cámpoli mirándome como buscando, desde su vida hoy tan formalizada, aquella sonrisa grande de mis 14 años.
La luz de la luna en la galería y el patio de lajas
Tu cara, cien veces tu cara
Cien caras
La boda de Pablo, sus palabras. Tal vez fuimos cobardes!
Y las tardes en el barrio de la abuela, esas tardes
Y las noches charlando, incansables
Aquel sombrero y la Luna en el parque
Recordarte