miércoles, junio 18, 2008

Letras de plasma


Ella atravesó el patio del sector N en la noche. Su lívido caminar la asemejaba a un espectro. Muchas personas transitaban por allí también, pero no habló con nadie. Nadie hablaba, en realidad. El aire frío en los rostros hubiera hecho suponer que esa era la razón. Pero el silencio reinaba más allá de ese sector. Al ingresar al edificio se detuvo, como cada vez, frente a los paneles transparentes de cuarzo. Distrajo su mirada siguiendo las estelas de las figuras verdes, violetas y naranjas que se deslizaban por allí como pinceladas; vivos cuadros que resaltaban en la inmensamente blanca luminosidad del edificio. Continuó su camino con las imágenes trazadas en la mente. Llegó a una habitación pequeña -un cubículo sin puerta a la izquierda de un corredor, curiosamente oscura. Todo allí era blando y gris, paredes y piso semejaban superficies de agua detenida o corrugada masa ahora endurecida. No había mobiliario, sólo un cubo se desprendía de un rincón en continuidad con la pared, como un saliente geométrico de la misma. Ella se despojó de los objetos que cargaba colocándolos allí. Aunque esto fue tan veloz que más bien pareció que los objetos que ella cargaba aparecieron súbitamente allí arriba como si allí hubieran pertenecido. Entonces ella dibujó con las manos sobre la pared la reproducción exacta de la imagen que conservaba en la mente, las múltiples imágenes, que se movieron entonces como en los paneles. Tomó sus cosas y se marchó. No tenía un nombre, no era necesario en ese mundo silente. Sin embargo, era capaz de recordar comunicaciones orales. Recordaba por ejemplo la anécdota de un niño que no había hablado sino hasta los dos años y que al ser interpelado de mayor por este hecho había respondido que no hubo de hablar puesto que no tenía nada para decir. Habían llegado hasta ella también las risas de quienes participaban de este comentario, por lo que comprendía que en otro tiempo había resultado gracioso. No lo era para ella. Aunque se preguntaba por qué le llegarían esos sonidos. ¿De qué modo llegaban relatos orales de otros tiempos a las mentes del presente? ¿En quién y por qué razón habrían tenido eco para ser retransmitidos? ¿Qué características debía poseer un suceso comunicacional para generar el impulso de ser conservado y transmitido? Y aunque se le ocurrían multiplicidad de respuestas, ante estos hechos surgían en ella siempre las mismas preguntas.