miércoles, agosto 12, 2009

Preámbulo

jueves, julio 09, 2009

La compañía

La gente de la compañía bananera acabó formando una ong que trabaja en energías renovables en la selva nicaragüense. Dijeron que los del ministerio de educación, con quienes lidian a menudo, son unos borrachos. Que del clima no se pueden quejar. Que toman cerveza los fines de semana. Es caribe, un pueblo. Joven, francés, salvaje... cómo decirle que no. Maduro, sudado, impresentable. Seria, francesa, eficiente. Promesas de extranjeros y locales, de lenguas desconocidas, de conflictos interétnicos y comunales, de analfabetismo y traslados en canoa por el río. Cómo decirles que no!

En cambio, acá, el de la compañía de teatro, el del traje y corte hitleriano llevado al extremo del ridículo, dijo que no, que no se puede filmar en un teatro y allí comenzó la odisea.

El bar árabe duró tres días, el argentino menos.
Un par de pruebas,
un par de entrevistas,
ocho kilos al descenso,
una alergia como nunca en tu vida,
una ópera en la calle,
otra en el Royal National Opera House Theatre
y un puñal en el pecho cada día

los mejores cantantes
una caminata en la calle, al lado del río
las lucecitas en los árboles
y en la vuelta al mundo gigante
una amiga
se agradece la compañía

de pronto a la puerta
golpearon un día
él, con su mochila
lo único que tenía
cómo no enamorarse
-para mí es tan fácil-
promesas que duran todavía
ganas de no separarse
de escuchar su música todo el día
o patear la pelota en el parque
en compañía

Qué ganas de escribir que tenía!
Pero no encontraba el tiempo o la ansiedad se interponía.
Y comenzaba a escribir cuando a la calle salía.
Cada paso cien palabras que fluían.
Conozco Londres caminando, pero Inglaterra también camina. Londres se ha ido a Rusia, luego irá a China y a India. Lo veré a la vuelta, en América Latina. Y cuando acabe la gira volveré a Argentina a escribir cuentos, historias y poesía, verdades y mentiras.
Los extraño como siempre o, mejor, como nunca. Hubo un extrañar corporal y desesperado el año pasado, hasta orgías hubiera organizado. Pero ahora tengo ciertas compañías que me alegran el día, y nada es tan duro como sería. Y tengo un buen plan, que me mantiene viva!

De todos modos, se extrana la compañía.

lunes, diciembre 08, 2008

Londres

Llegué a Londres hace un tiempo. Pero miento, sepan que miento. Siempre e indefectiblemente. Mis amigos son lo que soy y también soy todas las personas con las que he estado positivamente y las que he mentido. Entonces a veces, temo que más a menudo de lo que me gustaría, soy la imbécil de Pablo, aunque Pablo, claro, a veces será algo mejor que ese imbécil que es gracias a otras personas, entonces, allí un poco me salvo. También me salva el negro Dani, que también mentí, porque quien calla la verdad es como si mintiese. Y me salvan todos ustedes. Estoy empezando a creer que… Estoy empezando a creer, punto. Que soy más religiosa de lo que creía. Las religiones de salvación están de moda este milenio, y yo, que nunca le di pelota a la moda, aquí estoy, además de trabajando en el mundo de la alta costura, siempre esperando ser salvada. Dios mío, de esta quién me salva! Dejando caer monedas para que me las devuelvan y encontrar allí un camino a la redención, una mirada que me eleve y… me salve. Emitiendo estudiadas palabras para poder ser aceptada y de este modo… salvada. Otorgando miradas a desconocidos, no desconociendo el poder de salvación de una mirada. Participando en oenegés para salvar la humanidad y así salvar indirectamente… la mía. Cuando lo que debería hacer es participar en una orgía. No, Eimi –cómo decirte Amadeo, si nadie me va a creer que tu nombre no es un cuento- no, no son tonterías aprender salsa y folklore para ganarse una mina. Pero bueno, de momento, yo sigo con mi doctrina, y que este texto me salve de futuras máculas, amén. (Y también me purgue las orgías).
Al segundo día de perderle el rastro, quizá porque se fue surcando los aires, comencé a aceptar invitaciones a bares, antros e infusiones. Me entretuve con los mercadeos de casas embrujadas y ventas de rarezas, fantasmas disfrazados de chaquetas, al tiempo que comprendía dónde había obtenido él la licencia para el pilotaje de alfombras voladoras.

Volviendo a casa esta noche, las paredes húmedas escuchan de mi boca lo que yo de los auriculares que suenan a Pink Floyd con el acompañamiento acertado y grave de una valija que se va quedando en el asfalto. Con los nudillos rotos por el frío y con frío voy buscando los tachos de basura que recibirán los desperdicios diferenciados que fui recogiendo durante el día consumista y dándome con la ausencia inesperada de los dos únicos que precisaba, como si un tornado selectivo se hubiera llevado papel y envases -y faltarán mañana también porque ya pasé de nuevo entre escribir esto en el aire y escribirlo en el papel- y entre todo esto, detalles más detalles menos, me dieron ganas de contar de esta vida que llevo. Y lo hago pensando en todas las maestras que siempre me dijeron que no escribiera oraciones tan largas, quizá porque a ellas les implicara mucho esfuerzo entenderlas, y en por qué ninguna me dijo que tratara de escribir la oración más larga que hubiera podido, que contara todo lo sucedido en el camino de la estación a casa de un solo tirón; o habría dado lo mismo que lo hubiera dicho porque quizá nunca ninguna maestra podría haber atinado con la consigna adecuada en el adecuado momento porque no existe la posibilidad de una consigna, de una educación, de la enseñanza, pero ellas qué se iban a imaginar todo esto, pobres, si no tenían grandes posibilidades de salir de las trampas y la comodidad de las lecciones que repetían todos los años a los mismos alumnos, porque los alumnos eran los mismos.

El caso es que no podía contar el fracaso del inglés después de haber hecho tanto espamento ni podía contar que yo en realidad no estaba buscando laburo y mucho menos que estaba tirándome la vida entre whiskies, cigarros de menta, conductas reprochables, actividades delictivas y antros de mala vida donde hallar una buena muerte escuchando jazz y recitando poemas y caminatas en español para una audiencia en todos los idiomas dispuesta a escuchar uno más. Entonces me inventé un trabajo y también dos, para todos los que pidieron calmar sus preocupaciones efímeras de encontrarme sin saber qué preguntar si no es por trabajo y de todos los cuales recibí esas hermosas frases del tipo ‘trabajar dignifica’, ‘a vos no te preocupa la plata’ y qué me va a preocupar si nunca me preocupó ni tampoco estaba buscando dignificarme, al contrario, quería que todo siguiera yéndose dignamente al infierno conmigo a la cabeza y a dos pounds la primera cerveza y las cuatro siguientes por cuenta del bilingüe de turno y a ver adónde terminaba este camino sin retorno, porque después de todo quién dijo que yo quería retornar y si, tal vez, quisiera seguir y seguir rompiendo y rompiéndome para ver qué sale y con qué me encuentro, aunque me encuentre sin trabajo y sin dinero y después de todo lo otro es ya mucho esfuerzo como para encima tener que disimular una vida como la gente, porque después de todo y sobre todo para mí cuerdo es aquel capaz de fingir cordura, y yo cada vez tengo menos ganas de fingir. De fingir cordura, porque en cambio sí quiero seguir inventándome madrides y trabajos y londones oscuros con jazzes de colores.

Y hay una irlandesa pálida y carmesí que rastrea veloz el parque pisando en el aire las hojas que caen -tal vez como yo cuando bajé de la sillita alta a los tres y no alcancé a tocar el piso- y se detiene y le habla a la gente en una lengua que ni remotamente comprendo pero todos entienden y yo también su sonido finito y agudo, su idioma de las hadas. Y los Beatles me llaman ahora y me invitan a que vuelva a las calles de Londres; los ladrillos me llaman, los cuervos; los empedrados mohosos y las caras frías de todos colores; las enredaderas secas de la abadía me llaman las galerías tenebrosas, los árboles marrones y verdes y grises me hacen señas bajo la neblina; el río barroso que trae al viento que quema las manos me llaman lo mismo, me invitan a que vuelva a ver si esta vez no es el viento el que trae al río, pero siempre hará frío y me invitan a quemarme las manos de nuevo y yo lo mismo voy volviendo. Y el ojo de Londres me mira, el ojo gigante de London me está mirando y no sé si es una invitación, una amenaza, una inoculación pero me mira y me está mirando y yo me estoy cayendo, caigo… me estoy tirando. Pero Londres es un monstruo amigable que no te deja escribir cuando así lo dispone, te hipnotiza y te enajena hasta hacerte caer pero no deja que te golpees… te salva justo cuando estás por estrellarte contra su brutal imán nocturno y cargado y te abre la puerta ni bien se hace de noche, no para que duermas adentro, no, porque son las cuatro y a las cuatro no se puede dormir cuando hace un rato que pasó el mediodía aunque las luces digan lo contrario; te abre la puerta para ir a jugar, digamos, porque hay en cambio que recobrar fuerzas para atreverse a enfrentarlo de nuevo; sin embargo, adentro también te lo encuentras jugando como un chico, como un chico grande, de esos que son los mejores que te puedas encontrar. Y ahí adentro, adentro de Londres, hace calor y los músicos tocan enérgicos se van quitando capas, porque aunque no hay mucha gente ellos solos ya son muchos y hacen calor; y cuando bromean entre ellos lo encuentro de nuevo: Will es todos ellos. Will es todos los hombres de London, y no necesito a Will entonces, porque recupero su calor en cada nuance, en cada giro del lenguaje, en cada acento, en el calor de los que ya se han quitado todas las capas o casi todas. Como el primer amor, mi primer inglés, como el pato al que siguen los patitos cuando nacen, impreso en los sentidos, en todos ellos, ahí está y estará siempre ahí al menos por un rato porque hoy es siempre todavía. Entonces, jugando con esta eternidad, o mejor con esta posibilidad transmigrante los Beatles son Will, Roger es Will y David more, y los autos que pasan, aylosautosilosvieran!, los semáforos, las señales de las calles -todos tan hermosos- y las calles que piso son Will, y aunque a veces es triste –no pisarlo, porque también se lo merece, sino sentir que él conoce, que él estuvo antes, que anda por ahí, que está un paso delante aunque no lo puedo ver… entonces, en ese momento, Londres, como es fácil imaginar, se esconde, desaparece, ya no atrae ni empuja ni impide… simplemente te suelta, te despoja de sí por un rato y te deja escribir, me deja, y escupo su entraña, la sangre tragada en el barro helado de la calle, que también tragué y a veces mis pómulos golpean de lleno el barro cuando Will ya no está, ni Londres ni la magia y sólo queda ella. Y lo único que no es Will en Londres es ella. Ella que a veces es blanca y roja y es irlandesa y camina mientras canta y a veces es negra enérgica y salta y es siempre, eso sí, neoparlante, está hablando permanentemente nuevos idiomas. Ella que se partió al medio no para que la entendieran porque hasta el moho y los cuervos la entendieron y la entienden todavía los cables de la luz y los del teléfono, aunque pasen bajo tierra la escuchan y la entienden. No, ella que simplemente se partió porque el mundo lo pedía o se lo impuso, por una necesidad del imperio, del imperio de los sentidos, o por imperiosas necesidades, con dolor y con gusto, y contempló las flores que brotaron de la tierra que brotó de la entraña podrida del cuerpo que se partió y del que nacerían nuevos cuerpos limpios y puros, listos para un nuevo estallido, ahora que descubría esa posibilidad de quiebre y dejaba de doblarse en vez de romperse.
En realidad nunca aprendió nada, nadie pudo enseñarle ni hubo consejos válidos, tan sólo personas, imágenes y palabras que le causaron impresión, tan sólo impresiones. Y vaya graciosa casualidad, cuando niña el padre tenía una imprenta. Y las cosas de la infancia vuelven claras y hermosas ahora, aun vívidas y las reconoce como propias porque nunca dejó de ser la misma… malditas palabras! La niña no existe y nunca existió, es la misma. Como no existen los lugares ahora, son los mismos. Lo que tiene que hacer lo mismo podría hacerlo en Londres que en cualquier parte y aunque domina las artes de viajar en el tiempo y conoce el secreto para volver de la muerte está atrapada en un espacio infinito que es el mismo.
Lo único que no es Will en Will que es Londres es ella. Larga y roja. Bella. Una ninfa que también puede ser verde y azul y estrellas, escamas y ronchas. Horrible. Fea fea. Él está en cada inglés descuido y ella en los intersticios entre los descuidos, él en los recodos del lenguaje y ella escapando por los recovecos de las calles, en las grietas, en los puntos de fuga, siempre. Es la fuga, sin punto. Él consume discos y artistas, asiste a recitales y ella corre a su alcoba a mirar la luna y las brujas que vuelan encima de la iglesia y de vez en cuando hace una ronda nocturna con ellas. Él está en la cultura compartida, compartiendo; ella no entiende nada de eso, aunque se apunta en el curso de relaciones interculturales, entiende de lo otro, no comparte una reunión, es más bien insociable y taciturna, pobre. Pobre! Suenan himnos cuando siente. Un fulgor la recorre cuando imagina unas manos en su cuerpo aunque no se inmuta. Nadie lo sabe hasta que la toca, pero no hay manos en su cuerpo. Pobre! Pobre! Nadie la sabe pobre. Nadie sabe. Y cuando la tocan le dan vida nuevamente y entonces ya no podrán saberlo. Quién puede cuando la inmortalidad renace, y nuevamente lo eterno. No lo sabrán, digamos, por un rato. Lo que puede durar un misterio… Y así ellos se encuentran cada noche cuando ella cuenta sus cuentos inentendibles que todos entendemos al compás de unos jazzes en ese bar de buena muerte que es el universo, o mejor, lo único que hay en el universo esta noche… hasta que ella recuerda y el mundo vuelve, aunque todos sabemos que tras cada sesión de cuatro a diez pm deja un poco de ser el mismo. Eso es lo que me gusta de Londres, que, aunque tan grande, casi podría reducirse a Will y ella. Concentrados, obnubilados, atrapados en ese poder de extrema concentración que tienen los ingleses. Estoy aquí haciendo esto y no existe más nada en el mundo, ni el mundo. Y de pronto, tan súbita como espontáneamente comenzó, termina y con la misma determinación me voy a hacer otra cosa.

miércoles, agosto 27, 2008

Oliverio me quiere!!!!!!

MI LU

mi lubidulia
mi golocidalove
mi lu tan luz tan tu que me enlucielabisma
y descentratelura
y venusafrodea
y me nirvana el suyo la crucis los desalmes
con sus melimeleos
sus erpsiquisedas sus decúbitos lianas y dermiferios limbos y gormullos
mi lu
mi luar
mi mito
demonoave dea rosa
mi pez hada
mi luvisita nimia
mi lubísnea
mi lu más lar
más lampo
mi pulpa lu de vértigo de galaxias de semen de misterio
mi lubella lusola
mi total lu plevida
mi toda lu
lumía

miércoles, junio 18, 2008

Dos que se aman, que se acercan, que se anidan
Dos que alimentan esperanzas que se olvidan
Dos que se alientan, que se escapan, que se cuidan
Dos que caminan y que corren, se descuidan
Dos que cabalgan por la noche sin camino
Dos que adormecen y que sacian sus sentidos
Dos que tropiezan cometiendo un desatino
Dos que se hunden en los barros prometidos
Dos que saliendo ingresan en el olvido
Dos que ennoblecen sus garras en el gemido
Dos que son hembra y macho, no maridos
Dos que en la sombra observan su destino
Dos, una idea, otro acepta el desvarío
Dos, él se lanza, ella cae, él lo mismo
Dos que se arrojan, que se sueltan al abismo
Dos, uno muerto. Dos, otro vivo.


.algo que soñé hace mucho tiempo.

Pasados mil años


Pasados mil años, ¿quién recordará que hubo un golpe militar en el año 1976 en un remoto país llamado Argentina? Quizá algún estudiante se ocupe por conocer el asunto en ocasión de realizar su tesis doctoral, si es que en mil años existen tales encarrilamientos del pensamiento como universidades y doctorados. Quizá debería preguntarse entonces “qué era un golpe militar, un golpe de Estado” e incluso “qué, un Estado, qué, un militar”. Quizá proferiría horrorizadas exclamaciones al enterarse de los aberrantes hechos antaño sucedidos.

Pero quizá tan sólo se tomara la cabeza y resignado pensara “qué poco han cambiado las cosas!” Entonces, ¿de qué hubieran servido los muertos, de qué las incansables reivindicaciones, de qué los desentierros, las exhumaciones si, a lo largo de años y años, la evolución de los tiempos y los seres no hubiera logrado la asimilación de los horrores (ni de los altruismos), la integración de la experiencia a lo más profundo del alma humana, a la memoria genética de la especie o, por así decirlo, al inconsciente colectivo de la humanidad. Cuántas fuerzas internas, de cuántos hombres, a lo largo de cuántos años, de cuántas eras, a través de cuántas tierras, de cuántos fríos y sudores se precisan para forjar en el alma de un hombre un rastro de evolución.
En una entrevista, un dictador decía, al ser interpelado por las inadjetivables torturas y asesinatos, que no creía que eso hubiera sucedido. Entretanto, el personaje de una película advertía, a propósito de su padre –por pura casualidad también militar- “no debes subestimar el poder de la negación”.
Cuando fenómenos como la negación, la hipocresía, la ingenuidad, la negligencia, la falta de compromiso, de reconocimiento del otro... hayan sido desplazados del alma humana, entonces quizá no existan ya “Procesos” de esos.
La exigencia, el reclamo no debiera ser sólo porque se esclarezcan los hechos que en estos días se conmemoran, porque se haga justicia, sino porque no sucedan más aberraciones semejantes en el futuro. Y no a fuerza de la mayor severidad en el cumplimiento de las leyes sino por la extensión de la conciencia humana. La exigencia debe ser aun más ardua, en tanto exigencia interna. Si se pudiera exigir...

Escrito al cuento de los 30 años del golpe militar del ´76
http://www.nuncamas.org/

Que se haga de noche

Que se haga de noche, por Dios! Quién puede aguantar esta oscura y sorda rutina del día! Que “todo lo ha hecho el hombre de la noche” y que “el de la mañana no es más que un escriba”! como afirma Grétry. Que el patio de abajo resplandece de fulgores y fantasmas cuando la luna le asesta y no es ya este horrendo despojo de plantas secas y mesas rotas; de sillas acechadas por el abandono, el sol y la suciedad. Que los edificios no son ya estos féretros gigantes de un cementerio en ruinas... y sí luces a lo lejos, como las de aquellas cavernas prehistóricas pintadas de fuego.
Sólo entonces parece que hay vida allí...

Letras de plasma


Ella atravesó el patio del sector N en la noche. Su lívido caminar la asemejaba a un espectro. Muchas personas transitaban por allí también, pero no habló con nadie. Nadie hablaba, en realidad. El aire frío en los rostros hubiera hecho suponer que esa era la razón. Pero el silencio reinaba más allá de ese sector. Al ingresar al edificio se detuvo, como cada vez, frente a los paneles transparentes de cuarzo. Distrajo su mirada siguiendo las estelas de las figuras verdes, violetas y naranjas que se deslizaban por allí como pinceladas; vivos cuadros que resaltaban en la inmensamente blanca luminosidad del edificio. Continuó su camino con las imágenes trazadas en la mente. Llegó a una habitación pequeña -un cubículo sin puerta a la izquierda de un corredor, curiosamente oscura. Todo allí era blando y gris, paredes y piso semejaban superficies de agua detenida o corrugada masa ahora endurecida. No había mobiliario, sólo un cubo se desprendía de un rincón en continuidad con la pared, como un saliente geométrico de la misma. Ella se despojó de los objetos que cargaba colocándolos allí. Aunque esto fue tan veloz que más bien pareció que los objetos que ella cargaba aparecieron súbitamente allí arriba como si allí hubieran pertenecido. Entonces ella dibujó con las manos sobre la pared la reproducción exacta de la imagen que conservaba en la mente, las múltiples imágenes, que se movieron entonces como en los paneles. Tomó sus cosas y se marchó. No tenía un nombre, no era necesario en ese mundo silente. Sin embargo, era capaz de recordar comunicaciones orales. Recordaba por ejemplo la anécdota de un niño que no había hablado sino hasta los dos años y que al ser interpelado de mayor por este hecho había respondido que no hubo de hablar puesto que no tenía nada para decir. Habían llegado hasta ella también las risas de quienes participaban de este comentario, por lo que comprendía que en otro tiempo había resultado gracioso. No lo era para ella. Aunque se preguntaba por qué le llegarían esos sonidos. ¿De qué modo llegaban relatos orales de otros tiempos a las mentes del presente? ¿En quién y por qué razón habrían tenido eco para ser retransmitidos? ¿Qué características debía poseer un suceso comunicacional para generar el impulso de ser conservado y transmitido? Y aunque se le ocurrían multiplicidad de respuestas, ante estos hechos surgían en ella siempre las mismas preguntas.

Año 2166

Plinio Stecco entró a su sector de trabajo; se sorprendió de la uniformidad de las paredes, pero le restó importancia al asunto. Lo desvelaba el nuevo paciente que acababa de irse y que presentaba un cuadro inusual para los de su conformación.
La telepatía afloraba por doquier de un modo disarmónico pero constante, desde que el doctor Sandol descubriera las relaciones de la física cuántica con la mente humana y observara ciertas propiedades de aquella en la interacción de unas neuronas específicas, que tenían entre uno de sus efectos a la telepatía. La mente de uno prometía unirse con la de todos en una especie de mente universal.
Plinio pensaba a la par de sus paredes, las cuales, de a momentos, se dejaban traslucir mostrando los caprichos azules del mar. El secreto debía residir en algún oscuro recoveco como los que describían los peces, y que él no alcanzaba aun a develar.El sujeto en cuestión, Lardan, presentaba la problemática típica de aquellos copiados genéticamente.

viernes, junio 29, 2007

Las formas extrañas que adquiere el machismo
I
Hay que ver las formas extrañas que adquiere el machismo.

Mi padre, para no enfrentar el que él mismo implantó en mi hermano, ahora ha decidido regalarme un auto.
Extraño, no?

domingo, junio 24, 2007




Ella, que me dice lo que es noticia
I
I
Tengo en mi mano la publicidad de una bebida energizante. Dudo. No sé si mencionarla porque es la primera vez que le escribo al diario y no sé cómo manejarán estas cosas. Tampoco leo mucho el diario, como se comprenderá, ni oigo ya las noticias, en realidad. No tengo televisión. Hace más de ocho años que dejé de mirarla y más de un año que dejé de oír. El diario es el único de los medios masivos clásicos que se mantiene porque me permite escoger –hasta cierto punto, claro- los asuntos que me interesan, a diferencia de la radio y la tele que me ensartan contenidos de los que quisiera nunca haber oído y que me parece nefasto que la sociedad recepte (en realidad confieso que también lo compro para ver si las noticias siguen estando orientadas al mismo lugar o comienzan a tomar otro cariz y en un 90% no encuentro que lo importante esté plasmado en el diario). Y luego está la publicidad gráfica, en las calles, de la que no puedo huir. Eso sin contar la publicidad que tengo que escuchar de boca de otres que me cuentan a veces muy a pesar mío.
Así, de algún modo, ha llegado hasta mi casa esta publicidad que ahora apoyo sobre mi teclado para tener a la vista. Es muy escueta en palabras: la lata, bien pequeña, en la esquina inferior izquierda dice “Speed Unlimited Energy Drink”. En el centro, en grande repite y resalta el adjetivo “unlimited” antecedido por el sustantivo “power”. Entonces, el mensaje verbal principal es “poder ilimitado”. El cual claramente se asocia al energizante, en tanto supuesta consecuencia de su ingesta.
Ahora bien, la imagen muestra una mujer, que recuerdo haber visto otras veces promocionando esta marca. Una mujer, aparentemente disc jockey, con unos grandes auriculares, pelada y con la mitad inferior del rostro cubierto de negro. Pero esta vez, a diferencia de las anteriores, está ella tirada en el piso. Tiene los maquillados ojos negros bien abiertos y las manos juntas, atadas por las muñecas. Debajo de su cabeza se abre paso un líquido oscuro, que será lo que sea pero no es Speed y alcanza a verse también su hombro desnudo. Al fondo, justo detrás de la contundente frase “power unlimited” se ven las piernas de alguien más. Alguien que está de pie y viste el pantalón y las botas militares o policíacas inconfundibles. Podrían ser definitivamente inconfundibles, como el líquido, si la fotografía no fuese en blanco y negro. Es el único detalle que han tenido el “cuidado” de salvar.
Recuerdo que hace unos días leí sobre cierta publicidad de una casa de alta costura europea, la cual fue censurada (censura no es mala palabra, simplemente hay cosas que son inaceptables) por el público porque mostraba a una mujer sometida por un hombre, y detrás otros hombres admiraban la escena de sometimiento; todo enfundado en un marco muy elegante. “Esto no refleja las mujeres que somos, lo que son las mujeres”, dijeron mujeres y hombres “y no es la imagen que queremos que se difunda entre nuestres jóvenes”. Si bien no se dijo nada sobre la imagen de los hombres y sobre si los hombres se reflejan o no en esa imagen y en qué medida (todavía hay camino por recorrer!), fue suficiente para que sacaran de circulación la publicidad.
Entonces pienso en la niña que visita mi casa todos los días, llenándola de preguntas y colores… si viera esto. Si ella viera esto, sus preguntas serían el juicio más crítico que pudiéramos oír. Me acostumbré tanto a ellas que ya las veo venir: “Por qué la nena está tirada? Por qué tiene las manos atadas? Por qué está desnuda? Y ese charquito que hay en el piso es sangre? Y por qué el señor que está parado no la ayuda?” Qué le respondería usted?... Qué hará usted?